sábado, 29 de mayo de 2010

ENTRE LO POSIBLE Y LO APLICABLE


María Mercedes Hackspiel Zárate
Docente investigadora
Facultad de Medicina
Universidad Militar Nueva Granada - Bogotá

Casi a diario nos llegan noticias sensacionales del mundo de la ciencia y de la investigación. Hacía tiempo que los avances de la biología y la medicina no nos conmovían tanto como hoy día.

Hoy los sueños de la humanidad parecen hacerse realidad. Nos convertimos en coprotagonistas de la evolución. Al mismo tiempo afloran nuestros temores

Los nuevos conocimientos científicos y las nuevas posibilidades tecnológicas nos confrontan con cuestiones fundamentales:

● ¿Cómo manejamos la naturaleza?

● ¿Cómo tratamos a la especie humana?

● ¿Qué significa hoy día el progreso?

Pero ello también plantea preguntas de carácter puramente práctico:

● ¿Se fijan en la investigación y la ciencia las prioridades correctas o nos dejamos llevar por determinadas modas?

● ¿Nos ocupamos de los problemas de lujo de unos pocos?

● ¿Descuidamos así campos de investigación que son vitales para la supervivencia de muchos seres humanos?

En este orden de cosas la ciencia plantea cuestiones que nos afectan a todos. Son cuestiones que ha de debatir la sociedad en su conjunto y que a continuación han de ser objeto de decisiones políticas.

Con las reflexiones que siguen quiero contribuir hoy a que en todos nuestros debates tengamos presente lo que he dado en llamar la medida humana. Y en este contexto me refiero a la forma de actuar sobre la vida humana.

Hablar de "medida" significa hablar de límites. Sin límites, sin acotaciones, no hay medida.

¿Pero no es una contradicción hablar de progreso y al mismo tiempo de límites? "Pensar es rebasar" – así rezaba el lema de Ernst Bloch, el gran filósofo alemán de la esperanza. Sí: Pensar – investigar, conocer, descubrir – significa rebasar.

Pero también sabemos otra cosa: Todo rebase de límites nos confronta con nuevos límites: límites del conocimiento, límites de la potencialidad humana, límites de la responsabilidad asumible. Para ello necesitamos medidas, referencias que nos ayuden a distinguir lo que nos es lícito hacer de lo que no lo es. Tenemos que plantearnos una cuestión que sólo en apariencia resulta simple: ¿Qué es bueno para el ser humano?

¿Pero cómo se mide pues lo conforme con el ser humano? ¿En qué consiste lo "humano" de la "medida humana"? ¿No es precisamente "lo humano" una categoría muy ambigua, polivalente? En "Antígona", drama escrito hace casi 2.500 años, Sófocles menciona las grandes realizaciones y descubrimientos de la humanidad. Y resume su asombro en este verso: "Muchas cosas hay misteriosas, pero ninguna tan misteriosa como el hombre."

Hoy volvemos a asombrarnos – como Sófocles entonces – de los desconcertantes logros que podemos alcanzar los seres humanos – y a veces nos recogemos amedrentados.

Las respuestas a la pregunta "¿Qué es bueno para el ser humano?". Sólo podemos hallarlas formulando y respetando principios éticos para nuestra vida como personas y para la convivencia con los demás. Independientemente de lo que hagamos o dejemos de hacer, invariablemente tomamos decisiones valorativas – deliberada o irreflexivamente, consciente o inconscientemente.

Aunque hablemos de las nuevas posibilidades que ofrecen las llamadas ciencias de la vida, no se trata fundamentalmente de cuestiones científicas o tecnológicas. Antes que nada y a fin de cuentas se trata de decisiones con una carga axiológica. Tenemos que saber cuál es nuestra imagen del ser humano y cómo queremos vivir.

Formular principios éticos implica ponerse de acuerdo sobre medidas y límites.

Desde luego que es muy fácil adoptar la actitud de la zorra de la fábula clásica y decir que las uvas no estaban maduras. Lo difícil es fijar y aceptar límites donde sería posible transgredirlos y acto seguido respetarlos incluso teniendo que renunciar así a determinadas ventajas. Pero a mi juicio es justo eso lo que tenemos que hacer.

Creo que hay cosas que no es lícito hacer por muchas ventajas que efectiva o supuestamente nos reporten. Los tabúes no son en modo algunos vestigios de sociedades premodernas, no son signos de irracionalidad. En efecto, reconocer un tabú puede ser fruto de un pensamiento y una actuación ilustrados.

Lo que mucha gente se promete de los avances de la biotecnología y la ingeniería genética es ante todo la curación de enfermedades graves y gravísimas. Para muchos el sufrimiento es tal que ellos mismos y sus allegados anhelan posibilidades de curación y paliativos.

La mayoría de nosotros conocemos a personas enfermas a las cuales nuestras médicas y médicos hoy en día no pueden ayudar o sólo pueden ayudar insuficientemente. ¿Cómo no comprender que se aferren a cualquier proceso que les ofrezca una perspectiva?

Afortunadamente en todo el mundo se investiga y se trabaja en medicamentos y terapias para ayudar a los enfermos. Estos esfuerzos – con buenas expectativas de éxito – también se realizan recurriendo a métodos de la biotecnología y de la ingeniería genética que no tienen por qué suponer cargos de conciencia para nadie. Estas investigaciones merecen todo nuestro aliento y respaldo.

En efecto, existen grandes tareas: Baste pensar en algunas enfermedades omnipresentes catastróficas: diabetes, cáncer, esclerosis múltiple, Parkinson. Pero no olvidemos cientos de millones de seres humanos sufren otras enfermedades totalmente diferentes. No estoy pensando solo en el SIDA, sino también en la malaria, la hepatitis o las parasitosis padecidas por casi la mitad de la población mundial.

A veces bastan unos pocos remedios para ayudar de forma eficaz a un gran número de personas aquejadas de estas enfermedades. Si realizamos un esfuerzo añadido en la ciencia y en la investigación podemos lograr un gran beneficio para millones de seres humanos en todo el mundo.

Abrigo el firme convencimiento de que podemos hacer muchísimo bien sin necesidad de que la investigación y la ciencia se adentren en terrenos éticamente comprometidos.

Algunos de los vaticinios que se oyen en relación con las formidables posibilidades de las ciencias de la vida me recuerdan lo que sucedió en los años cincuenta y sesenta. Lo que estaba en juego era el uso pacífico de la energía nuclear en otra parte del mundo, que parecía durante muchos años el camino a seguir.

Por entonces muchos – no sólo entre los científicos – soñaban con una energía inagotable a precios incomparablemente baratos.

Según las previsiones, la energía nuclear haría posible cualquier cosa: Se fertilizarían los desiertos, se inventarían nuevos sistemas de propulsión para los vehículos e incluso se facilitarían las voladuras en la construcción de carreteras. Hoy la mayor parte de la gente se sorprende ante tanta ingenuidad y ante esa fe ciega en el progreso.

El uso de la energía nuclear se consideraba lo más normal del mundo. Apenas se reflexionó sobre una serie de problemas sumamente graves, como por ejemplo la gestión de los residuos, y muchos problemas ni siquiera se reconocieron como tales por inimaginables. Esto debería hacernos ver con ojos un poco más escépticos esos paraísos terrenales que parecen prometernos las nuevas tecnologías.

Quizás Ernst Bloch pensara en tales situaciones al invertir con una connotación admonitoria una célebre frase de Hölderlin: "Pero dónde acecha la salvación anida también el peligro."

Lo que está ocurriendo o es posible en el ámbito de la biotecnología y la medicina reproductiva tiene en un punto esencial una entidad totalmente novedosa: Ya no se trata únicamente de expectativas y riesgos tecnológicos para el ser humano y el medio ambiente. Por primera vez la humanidad parece capaz de alterar al ser humano en cuanto tal o, es más, rediseñarlo genéticamente.

Es obvio que no hace falta ser creyente para saber y percibir que determinadas posibilidades y proyectos de la biotecnología y la ingeniería genética contravienen los valores fundamentales de la vida humana. Son éstos unos valores que – no sólo se han ido acrisolando a lo largo de una historia milenaria. Y estos valores también constituyen la base, antepuesta a todo lo demás: La dignidad humana es intangible.

Nadie cuestiona expresamente estos valores. Pero tampoco podemos permitirnos el renunciar inconscientemente o tácitamente a convicciones éticas o declararlas asunto privado.

Tenemos que tener claras las consecuencias que tendría el cuestionar como fundamento de toda acción estatal ese canon de valores que hemos aquilatado a lo largo de la historia. ¿No seríamos entonces cautivos de una concepción del progreso que toma como medida al ser humano perfecto? ¿No elevaríamos así la selección y la competencia desenfrenada a principio vital supremo?

Nos hallaríamos ante un mundo totalmente diferente, un mundo nuevo – no un mundo bello.

Tengo la impresión de que este tipo de concepciones ya se ha extendido bastante. Así lo patentizan algunos argumentos que se suelen oír en el debate sobre el tema de la ingeniería genética. La optimación para lograr la máxima fuerza y calidad pasa a ser un criterio sobreentendido. ¿No se convierte así el propio cuerpo humano en mercancía y objeto de cálculo económico?

Por supuesto que los argumentos económicos ocupan un lugar legítimo en el debate sobre el uso de los avances en el ámbito de la medicina. Y naturalmente también es un deber éticamente fundado velar por el empleo, por unas condiciones de vida seguras. Esto requiere espíritu emprendedor, requiere afán de éxito económico, requiere realizaciones políticas. La participación de todos en el progreso y el bienestar es un imperativo de la justicia.

Pero lo decisivo es la prelación y ponderación de los argumentos. Evidentemente estamos de acuerdo en que lo que es éticamente insostenible no puede admitirse por el hecho de augurar provecho económico. Los argumentos económicos no cuentan cuando se ve afectada la dignidad humana.

La seriedad y probidad imponen a la par que los argumentos éticos no se instrumentalicen para imponer otros intereses.

Una de las dificultades del debate que tenemos que mantener estriba en que los procesos científicos y tecnológicos se desarrollan a enorme velocidad. Hoy por hoy apenas somos capaces ya de calibrar críticamente las oportunidades y riesgos que entrañan. La aceleración y la creciente premura de tiempo son, sin embargo, coerciones fácticas autoimpuestas a las cuales no debemos abocarnos con una actitud entreguista. La reflexión ética no debe degenerar en pretexto moral para decisiones adoptadas de antemano.

Para poder recapacitar hay que disponer de tiempo entre el descubrimiento y su aplicación, hay que poder calibrar las posibles consecuencias antes de que se produzcan. El que por ejemplo los medicamentos no se pongan en circulación sino después de un minucioso procedimiento de examen y autorización tiene sus buenas razones. ¿Adónde iríamos a parar si sólo pudiéramos reflexionar sobre cambios trascendentales una vez que se hubieran producido?

La autonomía, la autodeterminación y la autorresponsabilidad del individuo se cuentan, a más tardar desde la Ilustración, entre las grandes conquistas de nuestra civilización.

La extraordinaria importancia que atribuimos a la libertad de decidir del individuo no debe hacernos perder de vista que la autodeterminación va unida a unos requisitos y tiene límites.

Y deberíamos considerar otro factor: No toda posibilidad adicional de elegir significa automáticamente un mayor grado de libertad. Esto es extensivo a los avances médicos. Lo que tiene apariencia de libre autodeterminación puede convertirse en imperativo fáctico.

Absolutamente nada debe situarse por encima de la dignidad de la persona. Su derecho a la libertad, a la autodeterminación y al respeto de su dignidad humana no debe inmolarse a ningún fin. Una ética basada en estos principios evidentemente no sale gratis. Actuar conforme a unos principios éticos tiene su precio.

Como lo que aquí se ventila son cuestiones existenciales en el auténtico sentido de la palabra debe aplicarse con más razón si cabe la siguiente norma: Si tenemos dudas fundadas acerca de si es lícito o no hacer algo técnicamente factible, debe quedar prohibido en tanto no se hayan disipado todas las dudas fundadas.

Repito: los intereses económicos son legítimos e importantes. Empero, no se pueden contrabalancear con la dignidad humana y la protección de la vida.

Todos deseamos que las enfermedades puedan investigarse de forma cada vez más exacta y tratarse de forma cada vez más eficaz. La ingeniería genética y la investigación del genoma juegan un importante papel a este propósito.

El progreso a medida humana es un progreso consciente de su valor y sus valores. Lo contrario de un progreso sin límites no es ni el estancamiento ni el retroceso. Quien se opone a un progreso a cualquier precio no es un enemigo del progreso.

En aras de nuestra libertad tenemos que plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué hay de bueno entre tantas nuevas posibilidades? ¿Qué tenemos que intentar a toda costa? ¿Qué no debemos hacer bajo ningún concepto?

Al enfrentarnos a estas preguntas tenemos que guiarnos por el respeto de la vida desde su mismo inicio. La dignidad humana no es susceptible de contrapesarse con ningún otro valor.

La vida nos recuerda una y otra vez que los seres humanos – por fabuloso que sea el progreso – somos mortales.

Si nos representamos las posibilidades de que disponemos como si fueran infinitas no hacemos sino desbordarnos a nosotros mismos. Así se pierde la medida humana.

Las cuestiones relacionadas con la vida y la muerte nos afectan a todos. Por eso no pueden dejarse únicamente en manos de los expertos. No podemos delegar nuestras respuestas: ni en la ciencia ni en comisiones ni en consejos. Claro que pueden ayudarnos pero las respuestas tenemos que darlas nosotros. Tenemos que debatir estas cuestiones y decidir juntos.

Se trata de decisiones políticas. Pretender ceder a la ciencia las decisiones sobre lo que debe hacerse es confundir los cometidos de la ciencia y de la política en un Estado democrático de Derecho.

Necesitamos un debate público a ciencia y paciencia, que no obvie absolutamente nada: ni las intenciones ni las finalidades, ni las esperanzas ni los temores que se asocian a las nuevas posibilidades.

Necesitamos ilustración en el mejor sentido de la palabra. La ilustración se dirige tanto contra los miedos irracionales y las visiones apocalípticas como contra las puras fantasías de omnipotencia tecnológica.

Tenemos que convenir dentro de un proceso de diálogo permanente el derrotero que debe tomar el progreso.

Tenemos que definir dentro de un proceso de decisión permanente qué límites estamos dispuestos a traspasar y qué límites queremos aceptar.

Una y otra vez tenemos que ponderar y decidir qué posibilidades nos ofrecen realmente un mayor espacio de libertad y qué posibilidades nos someterían meramente a nuevas coerciones o incluso supondrían una intromisión en la vida ajena.

El futuro está abierto. No es un sino inexorable. No se nos viene encima. Podemos modelarlo, con lo que hagamos o dejemos de hacer. Tenemos muchas posibilidades, posibilidades formidables. Aprovechémoslas para un progreso y una vida a medida humana.

Muchas gracias.

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